Se supone que las vacaciones son la época del año en que disfrutamos
del tiempo libre, el descanso, de algún bello lugar y de las cosas que
más nos gusta hacer. Pero, a la vez, pueden ser una trampa para las
parejas que no acostumbran pasar tantas horas del día juntas.
De hecho, es sorprendente descubrir la cantidad de parejas que rompen
durante las vacaciones, o en épocas festivas como Navidad. Claro, puede
ser sorprendente si no pensamos en cuál es el efecto que estas fechas
producen en cada uno de nosotros.
Bethany Marshall, psicoanalista especialista en relaciones de pareja,
explica que las vacaciones anuales nos ponen cara a cara frente al paso
del tiempo; es el momento en que analizamos el año que ha pasado, y
hacemos planes y proyectos para el que nos espera después del descanso.
Y, en esos planteos, algunos se preguntarán si realmente desean estar
otro año más con quien están en ese momento. Pregunta que, con el
trajín de la vida cotidiana, nunca se habían hecho.
En ese caso, es posible que uno de los miembros de la pareja se dé
cuenta de que, realmente, quien tiene a su lado no es la persona con la
que quiere estar. Por lo general, este tipo de rupturas ocurre al
regresar. En ese caso, una reconciliación será más difícil, ya que fue
debida a una meditación y análisis de la pareja, y no algo espontáneo.
Claro que no todas las peleas de vacaciones son rupturas definitivas.
Aunque las veamos como la mejor época del año, las vacaciones también
puede resultar estresantes, en cierto sentido: el tener tooodo ese
tiempo libre nos pone frente a nosotros mismos.
Y muchas son las personas que no saben qué hacer cuando están con
ellas mismas. Ni qué hacer con su tiempo libre. Sin contar con que los
preparativos significaron corridas, organización, desembolso de dinero
que, en la mayoría de los casos, hemos ahorrado pacientemente durante el
año para el “gran momento”. Ni hablar si, encima, nos toca mal tiempo.
Una prueba de fuego
Estar juntos todo el día, para una pareja acostumbrada a verse en las
mañanas y las noches solamente, es una prueba de fuego. Es casi como
estar con alguien desconocido. Como estamos descansados, comenzaremos a
notar pequeñeces que en el trajín diario pasaban inadvertidas: que deja
la ropa fuera de lugar, que no se quita la arena del calzado, que
decidió no colaborar en las tareas porque “estamos de vacaciones”, que
quiere comer comida china (¡pero si en casa comemos comida china cada
viernes!)… en fin… pequeñeces, que se acomodan unas sobre otras haciendo
una montaña que nos oculta el maravilloso paisaje que vinimos a
disfrutar.
Y resulta que, por una montaña de pequeñeces, terminamos discutiendo y
peleando cada día de las, alguna vez antes de ahora, ansiadas
vacaciones. Y hasta es posible que supongamos que nos equivocamos, que
“ésta” no es la persona con la que queremos estar, ésta que ahora se
descubre ante nuestros, hasta ahora, vendados ojos.
El momento revelador
Probablemente, si en ese momento “revelador” fuéramos otra persona,
espiando por la ventana, nos daríamos cuenta de que, realmente, estamos
exagerando. Analicemos la situación un momento.
Hasta este día, hemos tenido una buena relación con nuestra pareja.
Con nuestras diferencias, obviamente, pero con más momentos buenos que
malos. Hemos hecho planes, proyectos, que trascienden las vacaciones y
son para el verdadero futuro, el que llegará dentro de unos años.
Esto significa que suponemos que estaremos juntos cuando el tiempo
pase, que “nos vemos” juntos. Quiero decir: si te ves envejeciendo con
alguien, ¿cuán malo puede ser que deje la toalla fuera de lugar?
Si nos damos cuenta de que nuestra “ruptura vacacional” se debió a
hechos circunstanciales, al acaloramiento de una discusión momentánea,
no es grave. Probablemente, pasados unos días, ya de regreso, estaremos
en condiciones de conversar sobre lo sucedido, recapacitar. Y,
probablemente, hasta reírnos de nosotros mismos.
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